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lunes, 11 de octubre de 2010

Naturalmente

Las montañas amanecen cansadas y enturbiadas por nubes que lejos de volar, como me tienen acostumbrado, se arrastran por este paisaje que parece estar al mismo tiempo de luto y bienvenida. Las hojas de los árboles lloran motivadas por una llovizna que anuncia el fin del reinado del sol y su calor. El verde aún imperante no puede refrenar lo primeros síntomas de lo caduco, la transformación ya está en marcha y cómo siempre se adelanta al tiempo, no lo hace de una manera clara sino a partir de pequeños mensajes que parecen percibidos por su gran aliado para convertirse en esos cambios que sí notamos al instante. Plantas, árboles, tierra, agua, hongos, animales… dicen adiós al sol como gran protagonista para ensalzar la estación del desnudo, del agua y del recogimiento.

Frenado delante el ventanal disfruto y entiendo ese espectáculo del que cualquiera tiene entradas, entender sólo lo hago en parte, como siempre, pero el disfrutar esta vez me parece sincero. Siempre que me enlazo accidentalmente con la naturaleza puedo sentir que se despierta mi parte más pura, la más real y a la vez la más desaparecida, ahogada y renqueante. Aún así, mi conversión no ha sido completa, aún así, quedan resquicios de auténtica vida por rescatar, aún así me resisto a renunciar de mi único y auténtico origen.

Cuando como hoy asisto despierto a un hecho natural, puedo sentir la llamada de lo que mueve y mantiene el mundo, esa llamada despierta partes que normalmente permanecen hibernadas, es como si un puñado de flores se abrieran en mi estomago y cabeza simultáneamente. Disfruto de ese momento, lo intento retener pero sin poderlo evitar la melancolía vuelve a encapullar mi jardín, es cómo si sintiera el olor de un bien obrado manjar que me abriera el apetito y luego comprendiera que no fuera a poder comerlo. Pertenezco a un sitio que alejo día a día, pertenecemos a un sitio del que cada vez estamos más lejos, sino lo creéis así, sólo tenéis que permanecer quietos y atentos ante cualquier paraje o sitio dónde la mano humana sea testimonial, respirar hondo, dejaros guiar por el ritmo de esa respiración y cuando esta os haya relajado mirar y escuchar, dudo que el mensaje que os llegue sea muy distinto del que yo experimento.

Algún día nos daremos cuenta que el mayor error humano ha sido el de exprimir lo que nos dio la vida y eso sólo ha sido posible a través del olvido. Si alguien vive en un entorno más natural que artificial no puede sino sentirse unido y contagiado, ¿se aprovechará de él?, claro, pero en su proporción justa. A partir de la distancia la atrocidad emerge y crece, un ejemplo: las guerras, cuando se luchaba con armas de corto alcance una parte muy importante del ejercito abandonaba filas en el último instante por el medio atroz a matar o ser matado, a medida que las armas han dado distancia las muertes se han multiplicado… y eso sin contar las de destrucción masiva que se trata tan sólo de apretar un botón sin tener que ver ni lo que matas. Lo mismo pasa con la naturaleza, sino vemos lo que causamos o tenemos, no lo sentimos. No creo que sea necesario poner en todos los envases de coca cola un fotografía de un pingüino agonizando por alguna contaminación petrolífera, pero entiendo muy necesario que vayamos más a hablar con nuestra segunda y “gran madre de todos” quizá eso nos frene un poco o en caso fallido, al menos en ese instante casi seguro que no destruimos nada.

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