Se encuentra al
término de un corto y estrecho pasillo, proporcionado a la propia vivienda, con
una puerta de madera clara donde luce un pequeño cuadro representando un
luminoso baño estilo colonial de colores blancos y negros, predominantemente.
Pasada esta puerta encontramos este pequeño templo a la limpieza personal presente
en casi cualquier hogar. En los laterales antagonizan el baño y el lavabo, el
último con el correspondiente espejo, especialmente grande en proporción; el
baño puede disimularse con una cortina decorada de plantas verdes, salvajes. La
pica se conforma de un mueble más bien feo, semicircular, una balda central y
seis cajones. En frente domina el inodoro que no se resalta por ningún atributo
en particular; encima de este, a la altura de los ojos, domina un cuadro que
con muy poco arte intenta detallar un pequeño pueblo de Ibiza. Enfrente, un
bidé, casi desaparecido por la obligatoriedad de disponer de otro pequeño baño
para la nueva princesa del lugar, baño que acaba por colapsar aún más un aseo
ya de por sí saturado y pequeño. Los colores son casi exclusivamente blancos y
verdes. Un fuerte verde marmolado manda desde el suelo, las paredes siguen el
estampado anterior pero cambiando el fondo por otro blanco y dibujando una cenefa
de rombos donde se repite ese intenso verde para así conjuntar suelo y paredes.
Es un baño extrañamente original,
angosto, hiperfuncional, de aire triste, con detalles de cierto mal gusto o
desajustados pero en su conjunto aceptable y cómodo. Sin luz natural esos
verdes y blancos lo salvan dándole un poco de luz y una sensación de limpieza. Así
es mi centro de meditación activa, mi palacete de la limpieza, mi rincón de los
extractos.